La
estatuaria egipcia es una de las más grandes creaciones de
la historia de la civilización, no sólo por el extraordinario
número de obras de alto nivel de calidad, sino por la permanencia
de este nivel de calidad a través de 3000 años. La escultura
surge con un carácter de supervivencia y a la vez utilitario,
por entenderse que la estatua era el soporte donde debía encarnarse
el Ka. Su eliminación supondría la muerte definitiva
y la imposibilidad de disfrutar de la vida eterna. La estatua debía
ser sólida, duradera, y no tener salientes para evitar el riesgo
de roturas. En cuanto a la técnica, los escultores egipcios
no realizaban sus obras a partir de la piedra en bruto, sino de un
bloque tallado en forma de prisma, marcando una cuadrícula
en sus lados. El danés Julius Lange (1847) descubrió
que la ley que seguía la escultura egipcia era la que él
llamó, la ley de la frontalidad. Cualquier posición
está regida por un plano vertical que se extiende longitudinalmente
a lo largo del cuerpo, cortado en dos partes simétricas sin
que pueda desviarse o inclinarse a un lado u otro.
Conformadas
por un canon, tanto la escultura como el relieve, la medida básica
era el puño cerrado. Debía tener dos puños desde
la frente al cuello, diez, desde el cuello a la rodilla, seis, desde
la rodilla a los pies, y para el pelo, sobre la frente, se añadía
un puño, medio o cuarto. Este canon, para la altura no para
la anchura, está basado en las explicaciones de Lepsius, (1810)
Egiptólogo alemán, que en una expedición a Egipto,
descubrió un relieve cubierto por una rejilla de cuadrículas
y tras estudiarlo, desarrolló este sistema fijo de proporciones.
Otro tipo de canon estaba basado en el codo. Podía ser codo
pequeño, que medía desde el codo hasta el extremo del
pulgar, al que le correspondía cuatro cuadrados y medio, y
codo grande, desde el codo hasta el extremo del dedo corazón,
que le correspondía cinco cuadrados y cuarto.
Muchas
de las esculturas estaban policromadas, sobretodo, las de madera y
caliza. Simbólicamente, al hombre se le revestía con
la tonalidad ocre y a la mujer con la tonalidad rosada o blanquecina.
El material utilizado era piedra dura, como la dorita, el granito,
el basalto y la oxidina, o bien blando, como la caliza y el alabastro.
Se usaba también maderas sobre la que se disponía un
estuco para conseguir una superficie uniforme. En algunas ocasiones,
se incrustaban ojos de cristal y otros materiales que le daban vida
a la mirada. La escultura era, generalmente, un arte anónimo
por considerarse al escultor como un obrero. Hay excepciones, pero
es muy reducida la lista de artistas.
Entre
las estatuas aparecen de distintos tipos. Individuales, sentadas con
una mano en el muslo y la otra en el corazón, o las dos manos
sobre las rodillas, con las piernas dobladas como los escribas, o
de pie con la pierna izquierda adelantada. En grupos familiares reales
o civiles. El matrimonio se representa de pie, sentado o uno de pie
y otro sentado. Normalmente la mujer rodea con su brazo al hombre
y, a veces, aparecen con sus hijos, pero sin que transmitan una comunicación.
En el Imperio Antiguo, III-VIII Dinastías,
la evolución de la escultura se percibe a través de
distintas estatuas. La Estatua de Zoser III se encontró
en su serdab, en el ángulo nordeste de la pirámide escalonada
de Sakarah. Está realizada en caliza y fechada en la III Dinastía.
Allí estaba el rey sentado en la oscuridad, en su gabinete
privado. Sólo dos orificios redondos abiertos a la altura de
los ojos lo relacionaban con el mundo exterior. A través de
estas aberturas, el rey podía percibir los aromas del incienso
y sus ojos de cristal perderse en el vacío. Se representa con
los dedos de la mano izquierda juntos y descansando sobre la rodilla,
y el brazo derecho en ángulo recto y extendido sobre el pecho.
Tiene peluca en la cabeza, klaft o nemes y barba postiza. Ojos de
cristal incrustados en cuencas de cobre. Hierático, inexpresivo,
con mirada altiva y serena. Sirvió como prototipo de las siguientes
representaciones. Es la primera estatua conmovedora del arte egipcio.
Su imagen está en la línea de la conquista de la representación
humana como forma más alta de arte.

La
IV Dinastía intensifica la producción de estatuas reales.
Mientras la Estatua de Zoser se encontraba en la tumba y estaba destinada
a no ser vista, ahora las estatuas salen de la oscuridad de los sepulcros
para celebrar la luz del sol, el poder del faraón.
A
la IV Dinastía pertenecen las dos famosas estatuas sedentes
del príncipe Rahotep y su esposa Nefret, de
120 cms, hoy, en el museo del Cairo. Fueron encontradas en una mastaba
de Médium por Mariette (1821), arqueólogo francés,
fundador del servicio de antigüedades de Egipto. Ambos tienen
los ojos incrustados. El cuerpo del hombre es más geométrico
y de color rojo, mientras que el de la mujer es más suave,
de líneas curvas y de color amarillo dorado. Se trata de cristal
de roca, rodeados de ébano, con apariencia de maquillados.
Es la perfección más completa en los umbrales del arte.
La
monumental Esfinge de Gizeh, cuyo rostro posiblemente
sea un retrato del faraón Kefrén, de la IV Dinastía,
proviene del templo funerario de Gizeh. Es la estatua más clásica
y representativa de todo Egipto. Sedente en el trono, apoyando sus
antebrazos en los muslos, una de las posturas canónicas de
la estatuaria egipcia, está hierático, idealizado con
una sonrisa, la cabeza protegida por el dios Horus en forma de halcón
de alas abiertas. La obra constituye un punto de llegada en el modo
de representar al soberano, un modelo que los siguientes dos mil años
sufrirá muy pocas modificaciones. Está esculpida en
piedra diorita. Desde un punto de vista del tratamiento plástico,
un largo camino separa la estatua de Zoser de la de Kefrén.
Está tallada con una simplicidad admirable. Sus ojos, fijos,
abiertos, escrutan la aurora de un horizonte más lejano que
nuestro horizonte terrestre. Las terribles mutilaciones que ha sufrido
agrandan todavía más los ojos de la esfinge. A veces,
las arenas del desierto la cubren hasta medio pecho, pero la cara,
siempre erguida, continúa mirando al confín del universo
astral. Su pecho, atravesado por las venas horizontales de la piedra
al descomponerse, es más emocionante en su misma destrucción.
Las Tríadas de Mikerino, también pertenece
a la IV Dinastía. De 98 cm, se encontraron en el templo de
Gizeh. Son varios grupos escultóricos de esquito, de características
similares, que representan, en imágenes de gran solemnidad,
al faraón, acompañado de la diosa Hator y de otra figura
femenina, esta, personificación de una provincia. No todos
los grupos son igualmente bellos. El faraón en el centro, va
tocado con la corona blanca y lleva el faldellín plisado y
la barba cuadrada postiza, propios de la celebración de festivales.
A la derecha, la diosa Hator, vestida con larga túnica y tocada
por el disco solar, a la izquierda del rey, la representación
de un nomo con indumentaria similar a la de Hator. La diosa y el nomo
abrazan por la espalda al faraón en actitud protectora. En
estas tríadas los dioses se humanizan y los humanos se convierten
en dioses. Estos grupos escultóricos son la mejor expresión
del descubrimiento de la belleza femenina y nunca con tanta fuerza
había actuado el eje vertical como elemento constitutivo de
la composición de un grupo familiar. La mujer lleva una túnica
blanca, que deja entrever su anatomía, un collar y una diadema.
En cambio, el hombre sólo lleva un faldellín con el
torso desnudo. Característica de esta estatua es la barba del
faraón, algo inusual. Ambos tienen los ojos de piedra y cristal
de roca, rodeados de ébano con igual apariencia de maquillados.

La
producción de estatuas de servidores se inicia al final de
la IV Dinastía. De pequeño tamaño, de caliza
o madera policromada, reproducen una serie varadísima de alfareros,
molineros, artesanos pescadores, soldados del pelotón y otros
oficios. Se disponen en la tumba para la mejor vida del difunto y
garantizar los servicios que este necesitara. Son de carácter
realistas, aunque con peor terminación que las de los faraones.
En la V Dinastía se da vida a la mejor producción
de estatuas de personajes privados del Imperio Antiguo. Las imágenes
de distintos difuntos nos ofrecen un interesante repertorio de tipos
humanos de la época. Individualizan perfectamente el personaje
representado, y en el caso de los escribas, simbolizan directamente
las tareas de su oficio. Entre ellas están las representaciones
escultóricas del Escriba Sentado, en París,
Museo del Louvre, en piedra calcárea pintada. Presenta al difunto
sentado, con las piernas cruzadas y el papiro extendido sobre ellas
en actitud de escribir al dictado. La clave de esta obra maestra del
arte egipcio está en el rostro. La tensión que desde
los ojos atentos comunica al resto del cuerpo, mientras aguarda a
que su señor inicie el dictado. Otros personajes aparecen de
pie, en solitario, como la de Ka-Aper, más conocido por el
Alcalde del Pueblo, o Cheik-el- Beleb,
el Cairo, Museo Egipcio, esculpido en madera y con los ojos incrustados.
El retrato funerario del difunto se ha hecho popular en la historia
por el apodo que le dieron los árabes que trabajaban para el
arqueólogo francés Mariette, que fue quien lo descubrió
en Sakara.

Un
grupo familiar interesante es el del Enano Seneb y la Familia,
el Cairo, Museo Egipcio, sacerdote del templo funerario de la IV Dinastía,
de Keops. No es una escultura idealizada, sino que tiene una curiosa
composición. Los esposos aparecen sentados sobre un banco corrido.
La mujer abraza cariñosamente a Seneb que tiene sus piernas
cruzadas sobre el asiento. Delante de él, en la parte inferior
del banco, se ha representado a los dos hijos de la pareja, justo
en el espacio que las piernas de Seneb hubiese ocupado si su cuerpo
hubiese sido de estatura normal.
En
el Imperio Medio, XI-XVII Dinastías,
se perpetúa la herencia del Imperio Antiguo, aunque con una
voluntad de análisis realista, impensable en las esculturas
de los faraones. Un ejemplo de ello es la Escultura de Mentuhotep
II, XI Dinastía, cuyas piernas totalmente desproporcionadas
con respecto al cuerpo, describen una situación patológica.
Es la más característica. Está representado con
la corona roja del bajo Egipto y túnica blanca, típica
del festival del Heb-Sed.
La
estatua del Faraón Sesostris I, de la XII Dinastía,
mejor momento de la estatuaria de este periodo, se representa al igual
que todos, con cuerpo vigoroso y con las mismas atribuciones, aunque
con cara más dulce. En la Estatua Sesostris III, la búsqueda
realista se evidencia con más claridad. Los rostros tienen
arrugas y las órbitas hundidas, casi poniendo en duda el sentido
de la inmutable eternidad de su poder.
En esta época, se crea un nuevo tipo escultórico, las
llamadas estatuas cubo, en las que los cuerpos se reducen a sus formas
más simples. Sentados con los brazos cruzados sobre las rodillas
que se disponen a la altura de los hombros, envueltos en una túnica
que sólo deja descubierta cabeza, manos y pies. Las esculturas
de servidores, ejército de soldados y portadores de ofrenda,
siguen produciéndose, aunque aparecerán con más
abundancia en el Imperio Nuevo. Un ejemplo interesante es la estatua
del Tesorero Shatho.
En
el Imperio Nuevo, XVII-XX Dinastías,
la escultura sigue alejada de la idealización para conseguir
una reproducción más realista. Se gana también
en soltura y en libertad, hasta donde se lo permitía su carácter
oficial, se estilizan los cuerpos y las actitudes se hacen más
flexibles. La producción estatuaria está entre las más
amplias y diversificadas de toda la antigüedad. Imágenes
esculpidas de dioses, reyes y ciudadanos privados invaden templos
y tumbas expresando nuevas y variadas tipologías con respecto
a las tradicionales, en un florecimiento artístico sin precedentes.
Al inicio de este periodo que se examina, se remontan los Retratos
de la Reina Hatshesut. Revelan un fuerte interés por la individualización
del rostro, aun respondiendo en muchos aspectos a intentos de idealización.
Hatshesut, de facciones correctas, le sentaba perfectamente el Klaft
o tocado faraónico. El arquitecto Senemunt,
artífice del templo funerario de Hatshesut, en Deir el-Bahari,
se representa con una estatua cubo de la que aflora la cabeza de la
Princesa Neferura, Museo de Berlín, también presente
con él en otros grupos. Tan segura estaba la reina de su fiel
arquitecto, que le que le confió la educación y el cuidado
de su hija.
Con
el reino del Amenofis II, el anonimato idealizante de los retratos
regios de comienzos de la Dinastía XVIII, es sustituido gradualmente
por retratos más individualizados.
El punto culminante de la evolución hacia el retrato realista
es la cabeza del Retrato de la Reina Tiye, gran esposa
real de Amenofis III. Las facciones que en el relieve de la estela
aparecen embellecidas, se presentan sin idealización alguna
en esta cabecita. Las comisuras de los labios forman surcos profundos
curvados hacia abajo. Los ojos almendrados rebasan las órbitas.
Los pómulos se destacan claramente por debajo de la piel, ya
un tanto flácida. Este retrato parece desentenderse de las
convenciones del arte egipcio, de modo que el observador llega a sentirse
en situación incomoda, expuesto a la mirada de la reina.

Thutmosis,
arquitecto de Amenofis III, XVIII Dinastías, aparece en posición
de escriba, es decir, de hombre culto, en dos estatuas, hoy en el
Cairo que se encontraron en el templo de Amón en Karnak. Amenofis
III construyó un templo en el llano de Tebas, hoy desaparecido,
excepto los dos colosos que flanqueaban la puerta de entrada. Los
griegos le llamaron Los Colosos de Memnón.
Son verdaderamente colosales. Tienen cerca de veinte metros de altura.
En la base de los colosos se repite la palabra costosa o cara, refiriéndose
a la piedra cuyo traslado desde las canteras del Bajo Egipto debió
ser así, costosísimo.
Los
retratos de Amenofis IV, que pasa a llamarse Akhenatón,
el placer de Atón, llamado su reinado periodo de Amarna, nos
muestran un hombre de cabeza oval, de hombros exiguos y vientre saliente,
sin condicionarse por la necesidad de ser glorificado. Soberano, lleva
el sello del absoluto naturalismo. Es una obra revolucionaria, debido
a que la figura tiene las piernas rectas con las rodillas tendidas.
El ademán de movimiento de la estatua de pie en actitud de
caminar, se ha convertido en un esfuerzo vacilante, en un tímido
intento de mantener el equilibrio.

En el taller del arquitecto del rey, Thutmosis, se hallaron las que
quizás sean las piezas más representativas de este período.
Nos referimos a la fantástica colección de retratos,
tanto reales como privados, a la que pertenecen el bello Busto
de Nefertiti, depositado en Berlín, desde comienzos
del siglo XX, después de que fuera encontrada en excavaciones
dirigidas por el arqueólogo y arquitecto alemán, Ludwig
Borchardt (1863), en 1912. La reina está tocada por un alto
casquete cónico que estuvo adornado con el uraeus, símbolo
de la soberanía. Sus facciones son finas, su cuello elegantemente
alargado. La policromía ofrece detalles ornamentales como el
collar, el color de sus labios, los ojos perfilados y las cejas retocadas.
Es una obra de fama mundial. De construcción perfectamente
simétrica, fue reducida a busto debido a su función
de modelo, hecho que explicaría la ausencia de incrustaciones
en el ojo izquierdo. La enorme popularidad que alcanzó, al
poco tiempo después de ser expuesto en el Neues Museum de la
isla de los Museos de Berlín, se debe probablemente al hecho
de que coincidiera con el ideal femenino austero y distanciado que
predominaba en los años veinte.
El
reinado de Ramsés II, XIX Dinastía,
duró cincuenta años. Dejó un recuerdo tan glorioso
que los monarcas de la XX Dinastía que no eran de su linaje,
quisieron llamarse todos, sin excepción, también Ramsés.
El arte del ‘renacimiento ramésida’ evidencia con
mayor claridad que las épocas anteriores, la polaridad entre
tradición e innovación. La suave fluidez de los atuendos
y el delicado modelado de los cuerpos, son, inconfundiblemente, ramésidas.
Mientras que la estructura formal del grupo conserva su rigor. Existen
varios retratos del gran Ramsés transfigurado en majestad o
en los relieves históricos, aplastando a los vecinos, pero
ninguno puede competir con el Retrato del Museo de Turín.
Allí, Ramsés, en traje de gala, no lleva el antiguo
tocado, sino un elegante casco de malla de oro con el uraeus en la
frente. No va tampoco desnudo, como era casi ritual para un faraón
en oficio, sino con una túnica plegada de lino fino, maravillosamente
transparentando algo del cuerpo. De entre sus reinas, la preferida
es Nefertari que le acompaña en la estatua de Turín
y en otras estatuas reales. Otros retratos de Ramses II, en Abú
Simbel, encontramos esculpidos directamente en la roca, así
como los grandes retratos del templo de Karnak y de Luxor. Como Luis
XV de Francia, a quien se parece hasta en su fisonomía, añadió
al ya presente colosalismo, el triunfalismo en la producción
ramésida, afirmando, por última vez, la grandeza oficial
de un Egipto, que ya respira aires de decadencia, aunque su historia
tenga todavía un milenio ante sí.
Índice
iconográfico
1.
Estatua del faraón Zoser, 2620 h., Museo del Cairo
2. El Príncipe Rahotep y su esposa Nefret, Museo del Cairo
3. Esfinge de Gizeh, 2600-2480 a.C., necrópolis de Tebas
4. Triada de Micerino, Siglo III a.C., Museo del Cairo
5. Triada de Micerino, Siglo III a.C., Museo del Cairo
6. Micerinos con su esposa la reina Khamerernebti II
7. Escriba sentado, 2480-2350 a. C., Musée du Louvre, París
8. Alcalde, 2480-2350 a.C., Museo del Cairo
9. El enano Seneb y su familia. Caliza pintada. Altura, 34 cm. Procedente
de Giza. Museo del Cairo
10. Estatua bloque y estela de Sahathor. Altura de la estela, 112
cm., 1878 a. C., Museo Británico cm. Procedente de Abydos.
11. Arquitecto Senemunt, estatua cubo de la que aflora la cabeza de
la Princesa Neferura, Museo de Berlín.
12. Retrato de la Reina Tiye, Museos egipcios de Berlín
13. Los Colosos de Memnón 1408-1372 a.C., Necrópolis
de Tebas
14. Akenatón, Museo del Cairo
15. Busto de Nefertiti, Museo de Berlín
16. Busto de Ramses II, Museo de Turín
Bibliografía
- CYRIL, El arte egipcio. Barcelona.1993 Ediciones Destino.
Col. El mundo del arte, 18. 252 p.
- MANNICHE, LISE, El arte egipcio. Madrid.1997 Alianza Editorial.
Col. Alianza forma, 141. 584 p
- PIJOAN, José. Summa Artis. Arte Egipcio, Volumen III.
Espasa Calpe.Madrid.1992.
- PIRENNE, J. Historia de la civilización del antiguo Egipto.
Oceano-Ëxito. Vol. III, 1983. Barcelona.
- WIESNER, JOSEPH, Arte Egipcio. Madrid. 1983 Ediciones Universitarias
Nájera. Col. Historia del Arte Universal. 220p
- WILKINSON, RICHARD H.), Cómo leer el arte egipcio.
Barcelona. 1998 Grijalbo Mondadori. 232 p.