Fotógrafos
hay muchos, pero Henri Cartie-Bresson fue un malabarista de lo estético,
un poeta sutil en el tratamiento de la imagen. Muchos otros fotógrafos
han aprendido de él, no obstante ninguno ha logrado laminar
el mundo en fragmentadas piezas de indiscutible belleza, en la que
se conjugan limpia técnica fotográfica y sensibilidad
plástica.
Capturó
en sus fotografías la vida con sus dramas y sus tragicomedias
sin escamotear nada. Otras veces captó el horror que el hombre
acicala muy bien. Estuvo en el momento preciso para accionar su cámara.
Escribirlo así puede sonar sencillo, sin embargo no basta con
estar en el momento indicado, sino saber ver con el corazón
y tener la suficiente amplitud de visión para descubrir donde
está la magia y la estética de este mundo absurdo, bochornoso
y muchas veces surrealista.

Cartie-Bresson
también era un excelente narrador y sus fotos contaban simplemente
ese alegato que es el vivir, ese escueto cuento que muchas veces es
la vida. Supo desentrañar lo aparente y profundizó,
como ningún otro fotógrafo, hasta el alma de los objetos
y de las personas que se cruzaron por su lente. Había mucha
poesía en sus imágenes, mucho ardor y mucha pasión
serena. Realizó el retrato de algunos escritores, pintores
y poetas. Y más que retratarlos les dejó a la intemperie
el espíritu, dejó al descubierto sus secretas desarmonías
y sus ocultos terrores diurnos; en pocas palabras llegó al
hueso de lo humano sin ninguna triquiñuela de esteta. Es famoso
su retrato del pintor Henri Matisse. El pintor está sentado.
Su vejez tiene un señorío luminoso. Además el
fotógrafo hace palpable su genio y la foto está plena
de una luz muy especial. Las palomas agregan una simbología
poética a toda la foto. El retrato de Ezra Pound posee ciertas
similitudes con la foto de Matisse. El poeta también está
sentado, pero la vejez del poeta tiene otras connotaciones menos halagüeñas.
Parece cansado y no pasaría de ser un poeta agobiado por la
vejez a no ser que el fotógrafo capta un lado luminoso del
poeta, de una luz blanca que parece borrarlo todo. El otro lado del
poeta está semidevorado por las sombras. Ese lado sombrío
del poeta, ese lado acuchillado por la tiniebla se presta a muchas
lecturas posibles. Sobra cualquier comentario.

Luego
de su gran periplo como fotógrafo al parecer Cartie-Bresson
llegó a su Ítaca. Colgó su cámara y tomó
sus pinceles, su primer amor de juventud. Pintar cuadros se convirtió
en su pasión última.
Mirar
sus fotos es un encuentro con este mundo y sus maravillas mundanas.
Detenerse en sus fotografías es entender la música del
alma humana, del hombre caminando por una calle, de unos enamorados
que se besan, de una vendedora en una calle o de una niña que
sobresale, blandiendo unas flores, de una simétrica fila de
militares que sin duda no están para flores.
Cartie-Bresson
tenía el corazón ubicado en sus pupilas y quizá
por ese motivo supo develar en su fotos los rasgos más esplendidos
(o siniestros) del ser humano. No fue un fotógrafo más,
sino un paseante solitario que supo darle sentido a todo aquello que
mereció su atención. Captó la belleza con un
sentido inesperado, inusual y sin recurrir a la retórica sentimentaloide.
La plasmó con técnica, sensibilidad y enorme eficacia.
Con sus fotos supo decirnos que la belleza está ante nosotros
y es necesario emplear el corazón a fondo, que imprescindible
que sea nuestros ojos para que podamos llenar de luz este mundo a
veces umbroso y que parece esquivo a esa música inconfundible
de la belleza. Delante de las fotos de Cartie-Bresson sólo
debemos bailar al ritmo de esa incomparable melodía que en
definitiva es la belleza.
Índice
fotográfico
1. Henri Cartier-Bresson, Campo de prisioneros en Dessau, Alemania
1945
2. Henri Cartier-Bresson, Shanghai, 1949
3. Henri Cartier-Bresson, Bahgdad, 1950
4. Henri Cartier-Bresson, Henri Matisse, 1944
5. Henri Cartier-Bresson, Ezra Pound, 1971
6. Fotografía
de Henri Cartier-Bresson